Lupita Jiménez es recordada como una persona excepcional, cuya vida fue un testimonio de fe y amor incondicional. Guiada por la sabiduría divina, dedicó su existencia a sembrar el bien, ayudar a los necesitados y predicar con el ejemplo. Compartió gran parte de su vida con su esposo, Ángel Martínez, y fue una madre amorosa para sus tres hijos. Sus hijos Sophie y Ángel continúan su legado en la tierra, mientras su hija Mary Fer ahora goza de la gracia de Dios junto a ella, en ese lugar de plenitud y felicidad que Lupita siempre anheló y que, sin duda, ha encontrado.

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Sus enseñanzas, muchas de ellas plasmadas en su libro "Lecciones para mi vida", son un faro de luz. Creía firmemente que el amor y la felicidad son la esencia de una existencia plena. Su búsqueda de armonía y su fortaleza en Dios ante las adversidades son un legado invaluable. Quienes la conocimos recordamos su calidez y su deseo de servir, convencida de que, anclados en el amor, podemos construir un mundo mejor, valores que vivió intensamente hasta encontrar la paz celestial.